El brasero, amado y odiado a partes iguales
Siempre se habla de las dos Españas: la de los rojos y los azules, la del Madrid o el Barca, la del Kas Naranja o el Kas Limón… y la que está dividida en torno a las bondades del brasero. En este último caso, defensores y detractores no suelen dar su brazo a torcer y en este blog tenéis un claro ejemplo de cada bando. Supongo que ya os imaginaréis quién está en cada trinchera.
Para quienes andéis despistados, tenéis que saber que un brasero es un foco de calor que se coloca en una mesa camilla y que con la llegada de la calefacción ha quedado relegado casi a artículo de coleccionista en las grandes ciudades. El más tradicional es el brasero de picón, que se hace directamente con brasas, pero con el tiempo llegó el aparato eléctrico y posteriormente el de gas, que se conecta a la bombona de butano.
Alicia lo adora. Se ha pasado días enteros metida bajo la enagua viendo cómo llovía al otro lado de la ventana. En su pueblo no hay una casa sin su brasero y desde que llegó a Madrid es algo que echa de menos cada vez que se le congelan los pies (demasiado a menudo). La nostalgia juega un papel fundamental en esta devoción tan particular.
Sergio, por su parte, no acaba de entender esta dependencia e insiste en que este instrumento está sobrevalorado. Tener las piernas ardiendo y las orejas frías al mismo tiempo no puede ser bueno. Los primeros cinco minutos son agradables, pero no compensa cuando, inmediatamente después, ves que te arden los pies.
Sobre el autor
Home Sapiens Alicia y Sergio. Diseñadora gráfica y periodista. Dos amantes de los viajes que han dejado todo durante un año para recorrer el mundo y contar sus aventuras en este blog.
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