El desierto de Wadi Rum nos regala un paisaje de película y un cielo infinito
El desierto de Wadi Rum fue nuestra última parada en Jordania y se podría decir que con esta excursión poníamos prácticamente un punto y final a nuestro gran viaje de un año por el mundo. Al fin y al cabo, solo íbamos a hacer unas pequeñas paradas en Estambul, Atenas y el norte de Italia antes de volver a casa ¡Y no se nos ocurre una mejor forma de acabar este sueño!… En unos paisajes de película y bajo un increíble cielo estrellado al caer la noche.
Este lugar parece sacado de otro planeta. No nos extraña que fuese el escenario elegido por el director Ridley Scott para rodar la película de ‘Marte’. La arena -de un intenso color rojo- y las curiosas formas de las montañas de arena, erosionadas por el viento, convierten el desierto de Wadi Rum en un lugar mágico.
Llegamos en un autobús hasta el pequeño pueblo de Wadi Rum, donde un guía nos recogió con su 4×4 para realizar el tour que habíamos contratado previamente -y que incluía pasar una noche en uno de los campamentos que están en medio de este desierto-.
Pagamos 35 dinares por persona (unos 45 euros) por un tour de 2 horas en jeep, cena, alojamiento y desayuno, a lo que hay que sumar otros 5 dinares por acceder al desierto. Esto último se paga directamente en el Centro de visitantes si no dispones del ‘Jordan Pass’.
Las paradas de los tours organizados son un poco flojas en general. La mejor de todas es la que se hace en una enorme duna de arena que surge como de la nada en medio de este basto paisaje lunar. En cualquier caso, como se suele decir en estos casos, lo mejor es el camino… Es increíble recorrer en el 4×4 este enorme desierto.
Precisamente el mejor momento de esta excursión fue cuando nos dejaron la tarde de descanso en el campamento y aprovechamos para pasear por allí hasta que cayó el sol (siempre teniendo nuestro alojamiento bien ubicado). Pasamos un buen rato en completo silencio, sin nadie alrededor, en lo alto de una de estas enormes rocas divisando el horizonte. Un broche de oro a nuestro viaje.
Antes de que fuese completamente de noche volvimos al campamento. Allí nos esperaban para preparar una cena muy original: cocinada bajo tierra. Los anfitriones enterraron una enorme bandeja con pollo y patata dentro de un cubo metálico rodeado de brasas. No es la mejor comida que hemos probado en Jordania, pero nos supo a gloria.
Tras la cena se apagaron las luces del campamento y pudimos disfrutar durante varias horas del otro gran espectáculo que ofrece este desierto: un cielo único. Esa noche estaba totalmente despejado y vimos las estrellas como pocas veces en nuestra vida. No se puede pedir mucho más. Jordania había superado con creces nuestra expectativas.
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