Una vida bajo la lona

Emancipados

Published on enero 14th, 2013 | by Home Sapiens

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Una vida bajo la lona

El pasado 9 de enero unos 200 refugiados sirios se armaron con piedras y cargaron contra fuerzas de seguridad jordanas y el personal humanitario. Arremetieron contra todo lo que se ponía a su paso. Habían escapado de los proyectiles y las balas para continuar ahora su batalla diaria por la supervivencia en medio del desierto. A ‘Zaatari’, el campo de refugiados más transitado de la zona, llegaron los más pobres de Siria. Más de 50.000 personas colapsan cada día las carpas del reparto de comida y esperan largas colas para recoger una manta para protegerse de las condiciones extremas del invierno.

Quienes disponen de algo de dinero escapan de esta cárcel al aire libre y, entre varias familias, alquilan un piso en Ammán (capital de Jordania) o Beirut (capital de Líbano). Los hay que han vuelto a Siria para combatir al ver que su travesía por el desierto iba a alargarse más de lo esperado. Prefíeren estar al calor de la batalla que bajo el frío, peleando por una manta con la que pasar la noche. Todo el mundo con el que hablamos durante nuestra estancia en la zona –el mes de diciembre– coincidía en apuntar que estaba siendo el invierno más duro de los últimos años. Entonces los refugiados estaban a merced de las bajas temperaturas, pero ahora las tormentas han agravado la situación.

La imagen del campo de Zaatari, con enormes balsas de agua entre las tiendas de campaña instaladas por Acnur, habla por sí misma. Las autoridades jordanas se han visto obligadas a actuar y han habilitado barracones unifamiliares para que madres e hijos se puedan resguardar de la lluvia. Para ello contaban con, al menos, los 21 millones de euros que había entregado la Unión Europea a los países limítrofes con la zona de conflicto. Pero reaccionaron tarde. Así lo han denunciado algunos de los cooperantes desplazados, quienes también lamentan que haya «mucho dinero» destinado a la ayuda a los damnificados «que se queda por el camino».

Jordania es uno de los países que más refugiados recibe en todo el mundo: Iraquíes, sirios y hasta tres generaciones de palestinos. Esto ensancha aún más la gran brecha existente entre ricos y pobres en las grandes ciudades, que ha provocado el crecimiento de movimientos vinculados a la ‘Primavera Árabe’. Sin embargo, en los campos de refugiados, nadie habla de política. Allí una mujer embarazada nos contaba que había tenido que ver cómo por la noche algunas ratas mordían a sus dos hijos, que apenas tienen unas sábanas para protegerse, sin poder hacer nada para evitarlo.

Mientras volvíamos al 4×4 para seguir con esta encorsetada visita, se escuchaba a la mujer pedir a gritos unas mantas para los pequeños, a lo que el ‘guía’ (Fare’e Al-Mesaeed, uno de los responsables de organización del campamento de acogida) respondía con promesas tan convincentes como vacías. «Aquí vive más gente que en muchas ciudades, nos vemos superados», explicaba poco después. «Ha llegado a haber hasta 1.200 registros al día».

A través de la ventana del ‘jeep’ vimos cómo la mujer se cubría bajo la lona y empezaba a preparar el primer té de la mañana.

EN EL DESIERTO DEL SAHARA

“El primero de los tés es amargo como la vida, el segundo será dulce como el amor, y el último suave, como la muerte”, nos explicó El Uali antes de dar el primer trago. A la luz de una hoguera y en medio de las dunas brindábamos por el fin del 2007, aunque en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf (Argelia), en el desierto del Sáhara, había poco que celebrar.

Dormimos durante una semana con una de las familias del campamento ’27 de febrero’, en una casa de adobe y con cuatro mantas encima para placar el frío. Aun así enfermamos. Allí no faltaba material humanitario, pese a que con la crisis económica se habían reducido drásticamente los envíos. Pero los saharauis se han impuesto una forma de vida precaria porque no están dispuestos a echar raíces en otra tierra que no sea la suya.

Sueñan con ir al otro lado del muro levantado por Marruecos. A la tierra que les fue arrebatada hace más de 35 años y que sólo recuerdan los más viejos del lugar. Mientras tanto, sobreviven. Bajo el adobe o cubiertos por una lona. Pensando en batallas que nunca podrán ganar solos.

Yo llegué y me fui. Pude ver cómo viven los refugiados de Oriente Próximo y del Sáhara, pero desaparecí entre una nube de polvo. Pasé, de forma voluntaria, dos Navidades fuera de casa mientras ellos perdían la esperanza de volver a las suyas. Son muchos los países que les brindan acogida y protección, pero habilitan para ello sus patios traseros. Les pasan las sobras y les cobran alquiler.

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Sobre el autor

Alicia y Sergio. Diseñadora gráfica y periodista. Dos amantes de los viajes que han dejado todo durante un año para recorrer el mundo y contar sus aventuras en este blog.



2 Respuestas a Una vida bajo la lona

  1. Clara says:

    Buff. Vaya contraste de esta entrada con la anterior.

    A estos sitios deberíamos viajar todos al menos una vez para valorar lo que tenemos y lo que derrochamos.

  2. Fran says:

    Yo tuve la oportunidad de visitar los campos de refugiados en Tinduf cuando se celebró el acto de «la columna de los mil», para denunciar el vergonzoso muro que oprime el legítimo territorio de la R.A.S.D (República Saharaui Democratica), conviví con ellos una semana, y me demostraron su generosidad y dignidad, su lucha y su corazón. Me dieron una lección de vida, de resistencia, de amor a su tierra sin dejar de lado a los suyos. Y todo ello a pesar del olvido de la mayoría del mundo. Desde entonces me considero saharaui en el corazón.

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