El frigorífico de tus padres: el paraíso
Visitar la casa de tus padres y abrir el frigorífico es como transportarse por momentos al paraíso: esas baldas repletas de comida, ‘tuppers’ perfectamente organizados… ¡y hasta productos con marcas que ves anunciadas en la tele! Ya se nos había olvidado lo que era eso. ¿Cómo dos electrodomésticos de las mismas dimensiones (el de tus padres y el tuyo) pueden llegar a ser tan diferentes?
Parecerá una tontería, pero por mucho que te empeñes en llenar la nevera nunca tendrás esa sensación de ‘plenitud’ en tu propia casa. Debe ser que ellos ven cosas en los supermercados que nosotros pasamos por alto. Quizás porque nos quedamos ‘en blanco‘ o porque, simplemente, no nos movemos de nuestra pirámide alimenticia de confort (saturada de congelados precocinados, pasta y pollo).
El caso es que cada vez que vas a casa de tus padres acabas parado, de una manera casi inconsciente y con cara de tonto, frente a ese frigorífico, escaneando con la mirada las miles de combinaciones posibles para la cena que nunca tienes al alcance en tu piso de emancipado. Si es que hasta las sobras de la comida del día anterior tienen pintaza.
Llegará el día en el que no tengamos nada que envidiar. Cuando el frigorífico sea guardia custodio de todos y cada uno de nuestros caprichos y tentaciones. Pero, por el momento, nos tendremos que conformar con abrir las puertas del paraíso una vez a la semana (y arramplar con lo que podamos).