Muay Thai auténtico en Tailandia, escondido en un garaje de Chiang Rai
En Tailandia el Muay Thai más auténtico se esconde a menudo en garajes de casas humildes, donde unas ruedas de camión, unos sacos colgados del techo y un ring cubierto por un techo de chapa ven crecer a familias de campeones. Estos rincones, apartados del turismo, se suelen descubrir por casualidad y nosotros nos topamos con ello en Chiang Rai, al norte de Tailandia.
Esta pequeña ciudad se convirtió durante cuatro días en nuestro refugio. Un buen lugar para descansar después de más de tres meses viajando sin descanso por Irán, Rusia, Mongolia y China. Tras visitar el principal atractivo turístico de Chiang Rai, el White Temple, nos quedaban varios días libres para relajarnos y pasear por sus calles sin destino fijo. Así suelen surgir los momentos mágicos.
Como muchos otros viajeros, tenía ganas de disfrutar del Muay Thai, el deporte que causa sensación en todo el mundo y que en Tailandia es poco menos que una religión. Ahora bien, mi idea no era ir a ver un combate en directo pagando un dineral rodeado de turistas. Tampoco me iba a apuntar a un entrenamiento (se organizan incluso campamentos de verano para extranjeros interesados en deportes de contacto) porque creo que soy demasiado joven para morir.
Como por arte de magia, en una de esas calles mal asfaltadas de las afueras de Chiang Mai, encontré exactamente lo que buscaba. En el garaje de una casa, con un letrero desgastado al frente, había un gimnasio familiar. Nos acercamos y vimos que conectaba directamente con una casa y una niña, de 14 años, al vernos allí se acercó a saludar.
Apenas hablaba inglés, pero mientras se ponía las zapatillas de deporte le entendimos decir que se iba a correr y que después volvería para acabar el entrenamiento. Cuando buscas algo así hay que ser paciente, así que Alicia se sentó a la sombra a pintar con acuarela unos guantes de Muay Thai y esperamos a que volviese. Entonces empezó el espectáculo.
No es más que un simple entrenamiento, pero uno se da cuenta de que no está viviendo un show para turistas, sino algo auténtico. Esta chica (¡de 14 años!) se estaba preparando para ir a competir en Bangkok en dos semanas y allí estaba su hermano mayor –que coleccionaba títulos en una vieja vitrina- para entrenarla.
Todo ocurría bajo la atenta mirada del padre, que se sentaba en el borde del ring tomando una cerveza y entre risas de los más pequeños de la familia, que correteaban y jugaban con nosotros en las colchonetas del suelo.
Se nos pasaron las horas volando. Cayó la noche y la luchadora más joven de la familia repetía series de golpes a la luz de los fluorescentes, que parpadeaban como en los viejos gimnasios de las películas. Se nos había hecho tarde y apenas había luz en la calle, así que nos despedimos de la familia para volver al albergue y le deseamos suerte, agradecidos por habernos permitido vivir este momento cotidiano que para nosotros fue todo un espectáculo.